martes, enero 03, 2006

17:15

*nota a la cabeza: omití.

De nuevo estacionando apurada. No, no te podés bajar hasta que yo estacione, le digo a mi hermano. Se baja en el medio de la marcha atrás. Chau imbécil, sale de alguna boca y otra cosa peor de la otra. Me bajo como puedo apurada, piso y me duele el pie. Uf, pienso que de nuevo me estoy haciendo la cabeza con algún dolor físico. Me apuro por la calle casi desierta en una siesta que ya casi no existe y la gente poco despavilada transita. Como salidos de sueños. Los ojos perdidos, las miradas al piso, un helado en la mano, una latita de coca.
De nuevo ese escritorio que nos separa. Hola me saluda, hola qué tal, le contesto. Aquí estaba aprovechando y leyendo me dice, ah, me sonrío y miro qué lee, algo sobre religión, miro yo mi libro y el sigue mi mirada. Qué estás leyendo, me dice. Capote. Y empiezo con una teoría poco desarrollada de que cuando leo novelas debo alternarlas con algún cuentista en el medio para no quemarme tanto la cabeza. Qué novela estás leyendo, me pregunta. Le digo.
Como invadido por algo, se pone a hablar de experiencias maravillosas en su vida, de cosas que le han pasado y que son mágicas de verdad. Hablamos del espíritu, de la vida, de lo que yo creo, de lo que él cree. Nos sumergimos en una conversación casi sobrenatural.
No sé por qué te cuento esto, me dice, nunca hablo de estas cosas, dice de nuevo. Debe ser que de alguna manera es lo que necesitás escuchar y es lo que yo necesito hablar. Quizás la vida nos ha juntado para compartir algo más que la homeopatía, me dice, yo le contesto que sí. Seguimos hablando y todo se vuelve más profundo, me encuentro diciendo cosas que creo nunca haber hablado con nadie, cosas que pienso sobre la vida, sobre las personas. Lo que él me dice tiene mucho sentido, y a pesar de trabarme sin poder explicarle lo que quiero decir, él dice entender.
Miro su reloj y hace más de una hora que estamos uno de un lado del escritorio, el otro del otro. Tocan la puerta y hay más gente del otro lado que quiere hablar y consultar a mi sabio oráculo. Me pregunto sobre mi decisión de acudir a él aquel julio, me pregunto sobre este encuentro del que hablamos. "No des perlas a los cerdos" me dice en algún momento, vuelvo sobre esta frase, no dar perlas a los cerdos, tal cual, tal cual.
Le consulto sobre mi patada al cantero y resuelve una radiografía. Me da unas anotaciones para nuevos remedios y ya vamos una hora y veinte minutos. Me paro y se para adelante mio, me desea mucha suerte en mi viaje y esta vez nos abrazamos, cuándo volveré a ver a Mario. Sé que hablaré con él a mediadios de febrero, mientras tanto recordaré sus palabras.
"Te hablo de esto porque digo, a esta mujer algo le llama la atención" y sí, supongo ahora mucho después dándole otro significado y sacándolo de contexto.
Me llama la atención la vida.

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