La ubicación debía ser el mercado de pulgas o algún lugar de con ese folklore. La cuestión es que estábamos todos ahí charlando y que patatín patatán y que mucha cháchara mucha.. y se venía la tormenta afuera, se venía con toda. Y la gente andaba medio con miedo y todos se daban consejos de todo tipo y se miraban como de reojo. Incluso yo hacía todo eso. Y él estaba ahí, como en el medio de la multitud, también participando, también aconsejando y rompiendo sus propias estructuras, aconsejando. Qué vil. En fin. Salimos y quedamos tres y yo sentía terriblemente el peso de mi mochila en la espalda, y la bolsa que cargaba en la mano me gritaba y se quejaba de que había elegido el mejor día del año para mandar a lavar el acolchado y para retirarlo cuando el cielo se teñía de gris.
Los tres parados y charlando y ya se me arqueaba la vida. Había que tomar una decisión. Pensaba en la lluvia finita y fria y en mis botamangas del pantalón ya mojadas y las cinco cuadras hasta la parada del 140. Pensaba para mis adentros que la próxima opción más viable sería "negro, no vamo pa tu casa o no quedamo´bajo la lluvia pescando?" Entonces saludé a los dos comensales, el tipo en cuestión me miró expectante y yo puse el cachete. Chau ché, te ves bien y lindo como siempre. Y arranqué para la parada.
Llegué como por arte de magia al pasaje Raúl Galán y estaba ya en el portón verde. Sí obvio, desde que me mudé a la gran ciudad, a "la capi" dirían lo´pibe dirían, no tengo llave de entrada a la casa de mis padres, así que solté el acolchado que pesaba como plomo y no pluma y me dispuse a aplaudir cuando escucho unas voces. En lo de don José y doña Tránsito había parado un coche modelo 76, Renól 12, cuatro puertas, rodado 26 (sí, como las bicis) y abriendo pero no entrando a través de una de las puertas descascaradas y azules estaba Don Roberto, personaje del barrio. Abría y cerraba la puerta balbuceando cosas que yo no entendía. Tenía los vaqueros torcidos como los tiene el que se hace el loco y el tonto en la Mate de Luna, y un aspecto bastante extraño. Comprendí que estaba loco. En la esquina alguien estaba correteando de aquí para allá y a los gritos.. era la madre de los mellizos, la Mónica. Estaban los dos locos, y también lo comprendí ahí en ese momento. Me dio mucho miedo y no podía entrar a la casa de mis padres porque era de siesta y en realidad de nochecita, pero a mi viejo no le gusta que la gente haga ruido a la siesta porque quiere descansar y trabaja todo el día y el único momento para descansar es a la siesta, así que no se peleen que ya son grandes, y vos andá y escribí 100 veces "no debo pelearme con mi hermano" y lo quiero leer a la noche sino mañana escribís 200.
Así que me dio mucho miedo ver a los locos descontrolados, balbuceantes, babeantes y gritantes.
Y aparecieron ellos. Los del mercado de pulgas, y me preguntaron si estaba bien, y apareció él.
Pero me volví a ir de nuevo.
Y ya lo dijo Marisa Monte anoche, es posible ser feliz sozinho.
Ahora hay que creerle, me imagino a Marisa discutiendo con Sartre en una sobremesa en la Farola de Urquiza.
-No negrinho, la vida es un carnaval carioca.
-Madamme, nous sommes arrojados a la vie!
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