Es que no podía ser de otra manera que sea lo que debía ser de esa manera.
Los dos ahí parados y nada por delante de ellos, perdidos muy en la inmensidad de la vida. Perdidos sin saber bien adónde dirigirse, su única e invaluable certeza era la presión de la mano del otro sobre la propia y el miedo que se pasaban entre ellos, pero estaban juntos y nada ya importaba.
Es que él le decía que le agarre la mano porque así le pasaba eso que ella tenía que él todo el tiempo añoraba. Sí, añorar es la palabra estúpida para un sentimiento medio tonto que se avecinaba en su cabeza cada vez que se acordaba él de eso, cada vez que se miraba reflejado en cualquier objeto que pudiese reflejarlo. Tonto, se le pasaba la vida así, y ella ahí.
Es que ya hacía un tiempo que se conocían y a veces fingían que no tanto y a veces no querían conocerse hace tanto o querían hace más, y siempre que se quiere más las cosas se desvirtúan un poco porque se comienza a perder la capacidad de comprensión y la imaginación se vuelve realidad, y las cosas no son tan complejamente simples como solían ser si uno navega y naufraga en su cabeza.
Porque eso les pasaba, naufragaban constantemente cuando se miraban a los ojos y añoraban, ella eso que él tenía y él eso que ella tenía en vez de dejar de perder el tiempo y amarse así. Crudamente.
Después llovía y las gotas cuando caen son interminables y son gotas y no se les presta atención y en realidad hay mucha vida ahí, desde el sonido de la lluvia como lluvia como ser que pisa constantemente la vida, la calle. Un ser que pisa la calle y nunca la deja de pisar. Y llovía y el cielo estaba terriblemente gris.
Pero siempre vamos a terminar por morir. Dijo ella. No quiero esforzarme más por nada.
Vacuo. Dijo él.
Y siempre van a tener terribles pesadillas y terrible miedo.
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